Bambalina Teatre Practicable
LA CELESTINA.
Por alguna razón que apenas tengo pensada propendo a interesarme por obras de difícil representación. Intuyo que algo deben tener que ver en esto los títeres que manejo.
En ese primer momento en el que aguardas que algún soplo te erice la piel para que adquiera valor de señal, en los últimos años, retorno a lo que en otro tiempo me conmovió y descarté abordar por inseguridad. En momento especialmente temerario debo encontrarme porque es necesaria una buena dosis de riesgo para aventurarse con La Celestina de Fernando de Rojas; por su inmensidad literaria, por su relevancia histórica, por su complejidad y riqueza lingüística y, especialmente, por el sublime trazo humanístico con el que el autor dibuja sus personajes.
El mundo es de los osados.
La elección de La Celestina hubiera podido responder a la necesidad de encontrar una fuente de inspiración que alimentara una creación en la que tratar algún desasosiego más personal. Pero no ha sido exactamente así. No siento que quiero ofrecer mi obra sino la de otro pero en el proceso de lectura, comprensión y recreación acabo convencido de que esa obra es completamente mía y esto me proporciona una gozosa sensación de fraternidad con el que la parió hace más de quinientos años.
El veneno del teatro.
No recordaba así esta obra, tan densa e intrincada. Tampoco recordaba su sutileza filosófica, su viveza intelectual. No sabía que todo, en esencia, sigue igual quinientos años después. Esa pulsión universal que se acompasa con cien momentos escénicos de otros grandes dramaturgos universales.
La vida se comprende al escribir en ella.
He hecho de mi capa un sayo. Me he tenido que atrever a recomponer lo que en la obra se dice dejando fluir mi sentido teatral, guiándome por ese sentido de titiritero que propende a substanciar en lo grotesco ahora y en lo sublime luego para acabar rematando con un buen cachiporrazo.
El títere sintetiza la representación.
Y por último decir que mientras repienso lo que dicen los personajes y cómo lo dicen reviven en mí infinidad de impresiones de infancia en aquel pueblo mío lleno de gentes cuyos escondidos corazones latían al son de idénticas pasiones y animosidades.
Me maravillo.
Jaume Policarpo, director.